Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles,
El miembro de un instituto secular es plenamente laico y plenamente consagrado, uniendo en sí dos realidades que hasta entonces eran incompatibles. Está plenamente consagrado a Dios como el religioso y es plenamente laico o seglar como todos los demás cristianos que no son clérigos ni religiosos.
Los institutos seculares unen, pues, estas dos características esenciales: la secularidad (que sus miembros siguen siendo laicos o seglares) y la consagración total a Dios de la propia vida. De ahí que no sean fáciles de comprender por muchos que no acaban de descubrir la novedad del don que el Espíritu Santo ha hecho a su Iglesia.
Tal y como han enseñado los Papas desde Pío XII hasta Francisco, los institutos seculares han sido un regalo, una obra del Espíritu Santo, que constantemente renueva su Iglesia, para responder a las urgentes necesidades del momento actual de la historia de la Iglesia. Hasta que surgen estos providenciales institutos, la persona que deseaba entregar totalmente su corazón al Señor, viviendo una vida consagrada a Dios, debía separarse del mundo, despojándose de su condición laical y entrar en un monasterio o convento.
Desde la aprobación de los institutos seculares, una persona puede abrazar la vida consagrada por medio de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, permaneciendo en el mundo como un laico más.
La secularidad no significa sólo una posición, una función que coincide con el permanecer en el mundo llevando a cabo una profesión y un servicio secular, sino que tiene ante todo una dimensión teológica. Debe ser para el laico consagrado una toma de conciencia de estar en el mundo como su lugar teológico, allí donde debe actuar y anunciar la salvación, consagrando el mundo a Dios desde dentro (cf. Lumen Gentium 34).
De este modo, el miembro de un instituto secular es plenamente laico y plenamente consagrado a Dios. Nada pierde su consagración por el hecho de vivirse en medio del mundo, en las más variadas profesiones y ambientes sociales. Nada pierde de su carácter secular, de su ser de laico, por el hecho de estar consagrado a Dios, antes bien, se convierte –si es fiel a su vocación– en un laico ejemplar, en un modelo de armonía entre la fe y el compromiso en el mundo que ha de tener todo laico o seglar auténticamente cristiano, es decir, que aspira con decisión a la santidad.
Los múltiples campos de actividad humana que rigen el mundo y que, en muchos casos, determinan para toda la humanidad modelos de comportamiento, son sostenidos y guiados por los laicos. Si en cada uno de esos campos de actividad se hacen presentes personas consagradas a Dios que, desde su condición laical que continúan teniendo, se esfuerzan por vivir completamente entregados a Él y a la vez se muestran plenamente competentes en el ejercicio de su profesión – la cual la ven como un instrumento para ordenar todas las realidades humanas según Dios – entonces ciertamente el mundo será renovado y trasformado por el poder redentor de Cristo.
Además de los laicos, también los sacerdotes pueden formar parte de los institutos seculares. Los sacerdotes consagran su vida al ministerio de la Palabra y de los Sacramentos. Pero no pierden su carácter secular, es decir, su relación intrínseca con el mundo, si bien es cierto que ese carácter secular adquiere un matiz diferente de los laicos.
Como múltiples son las circunstancias y las necesidades del mundo, muy diversas son también las formas y carismas de los institutos seculares. Hay institutos sólo femeninos – la mayoría – y otros masculinos (con o sin sacerdotes). Algunos tienen vida en grupo fraterno, otros están formados por miembros que viven solos o con sus propias familias, y finalmente otros que combinan en sí mismos diversas posibilidades. En cualquier caso los miembros de un mismo instituto siempre mantienen estrecha relación entre sí y una vida fraterna de acuerdo con el carisma propio. Algunos institutos tienen obras propias (de misión y apostolado), otros las rechazan por norma.
En fin, existe dentro de los institutos seculares un sano y rico pluralismo que se corresponde al misterio de comunión en la Iglesia y a la complementariedad de carismas y funciones sociales y eclesiales.
La naturaleza, misión y carisma de los institutos seculares coinciden con muchas de los aspectos fundamentales subrayados por el Concilio Vaticano II: la vocación universal a la santidad, la presencia en el mundo para cambiarlo y santificarlo, el apostolado seglar a modo de levadura, etc.
“Si permanecen fieles a su misión, los institutos seculares serán en estos tiempos tan difíciles, el laboratorio experimental en el cual la Iglesia verifica cuáles han de ser sus relaciones con el mundo.” (Beato Pablo VI, 25 de agosto de 1976).