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AL I CONGRESO MUNDIAL
DE INSTITUTOS SECULARES

S. S. PABLO VI, 25 DE AGOSTO DE 1976

    Del 22 al 25 de agosto de 1976 se reúne en Roma la II Asamblea de la Conferencia Mundial de los Institutos Seculares. Participan ciento sesenta representantes de noventa y cuatro Institutos, radicados en veinte países diferentes. El tema de estudio es: “La oración, expresión de la consagración secular, fuente de la misión y clave de la formación”. Al concluir las deliberaciones, el 25 de agosto, son recibidos en audiencia por Pablo VI.

    Su discurso –nueva muestra de su estima y esperanza– se concentra en actitudes propias de la espiritualidad de los Institutos Seculares.

    La fidelidad, «atención al Espíritu Santo que hace nuevo todo el universo», es destacada como actitud primera y esencial. Y que se expresará en «fidelidad a la oración, fundamento de la solidez y de la fecundidad». El Papa delinea el “tipo” de oración propia, ya que también ella debe poseer los rasgos de la vocación de presencia en los valores de las realidades temporales, uniendo las exigencias propias de la profesión, las relaciones sociales, el medio de vida y el contacto más directo con Dios. Sus alimentos permanentes e imprescindibles son la participación íntima y activa en la liturgia, el estudio y meditación de la Sagrada Escritura y de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, la comunión fraterna en un mismo ideal y bajo la dirección de los responsables.

Todo ello en función de la realización de una misión: «Si permanecen fieles a su propia vocación, los Institutos Seculares serán como el “laboratorio experimental” en el que la Iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo».

Contenido del documento

    Queridos hijos e hijas en el Señor:

    Con mucho gusto hemos acogido la petición del consejo ejecutivo de la Conferencia Mundial de Institutos Seculares que, en su día, nos manifestó el deseo de tener este encuentro. En efecto, él nos ofrece la ocasión de manifestaros, con nuestra estima, las esperanzas de la Iglesia en el testimonio particular que los Institutos Seculares están llamados a dar en medio de los hombres de hoy.

    No es necesario que nos detengamos a iluminar las características particulares que definen vuestra vocación, ya que, en sus líneas fundamentales, que son "una vida consagrada totalmente siguiendo los consejos evangélicos, y una presencia y una acción destinadas, con toda responsabilidad, a transformar el mundo desde dentro, estas características pueden ya ser consideradas como una adquisición cierta de vuestra conciencia institucional". Todo esto os hemos recordado con ocasión del 25 aniversario de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia (cfr. discurso del 2 de febrero de 1972).

    Ahora, nuestro deseo es subrayar sobre todo el deber fundamental que deriva de la fisonomía que acabamos de evocar, es decir, el deber de ser fiel. Esta fidelidad, que no es inmovilismo, significa ante todo la atención al Espíritu Santo que hace nuevo todo el universo (cfr. Ap 21, 5). Efectivamente, los Institutos Seculares están vivos en la medida en que participan de la historia del hombre y testimonian ante los hombres de hoy el amor paternal de Dios revelado por Jesucristo en el Espíritu Santo (cfr. Evangelii nuntiandi 26).

    Si permanecen fieles a su propia vocación, los Institutos Seculares serán como el “laboratorio experimental” en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo. Por esta causa, los Institutos Seculares deben escuchar, como dirigida sobre todo a ellos, la llamada de la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi: «Su tarea primera... es el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas».

    Esto no significa, evidentemente, que los Institutos Seculares, en cuanto tales, deban encargarse de estas tareas. Normalmente esto corresponde a cada uno de sus miembros. El deber, por tanto, de los Institutos mismos es formar la conciencia de sus miembros en una madurez y en una apertura que les impulse a prepararse con un gran celo en la profesión elegida, con el fin de afrontar después con competencia y con espíritu de desprendimiento evangélico el peso y las alegrías de las responsabilidades sociales hacia las que la Providencia les oriente.

    Esta fidelidad de los Institutos Seculares a su vocación específica debe expresarse sobre todo en la fidelidad a la oración, que es el fundamento de la solidez y de la fecundidad. Constituye por eso una gran alegría el que hayáis elegido como tema central de vuestra asamblea la oración, en cuanto que es "expresión de una consagración secular" y "fuente de apostolado y clave de la formación". Es decir, que vosotros estáis buscando una oración que sea expresión de vuestra situación concreta de personas "consagradas en el mundo".

    Os exhortamos a proseguir esa búsqueda esforzándoos en obrar de tal manera, que vuestra experiencia pueda servir de ejemplo a todo el laicado. En efecto, para el que se ha consagrado en un Instituto Secular, la vida espiritual consiste en saber asumir la profesión, las relaciones sociales, el medio de vida, etc. como formas particulares de colaboración al advenimiento del Reino de los Cielos, y en saber imponerse tiempos de descanso para entrar en contacto más directo con Dios, para darle gracias y para pedirle perdón, luz, energías y  caridad inagotable para con los demás.

    Cada uno de vosotros se beneficia ciertamente de la ayuda de un Instituto, por las orientaciones espirituales que él le da, pero sobre todo por la comunión entre los que comparten el mismo ideal bajo la dirección de los responsables. Y, sabiendo que Dios nos ha dado su palabra, el que está consagrado se pondrá más regularmente a la escucha de la Sagrada Escritura, estudiada con amor y acogida con espíritu purificado y disponible, para buscar en ella, como también en la enseñanza del Magisterio de la Iglesia, una interpretación exacta de su experiencia cotidiana que vive en el mundo. De modo especial, apoyándose en el hecho mismo de su consagración a Dios, él se sentirá comprometido a secundar los esfuerzos del Concilio a favor de una participación cada día más íntima en la sagrada liturgia, consciente de que la vida litúrgica bien ordenada, bien integrada en las conciencias y en las costumbres de los fieles, contribuirá a mantener vigilante y permanente el sentido religioso en nuestra época, y a procurar a la Iglesia una nueva primavera de la vida espiritual.

    La oración se convertirá entonces en la expresión de una realidad misteriosa y sublime, es decir, en la expresión de nuestra realidad de hijos de Dios. Ella será una expresión que el Espíritu Santo purifica y asume como oración suya propia, impulsándonos a gritar con Él: Abba, es decir, Padre (Rom 8, 14; Gál 4, 4).

    Una tal oración, si llega a ser consciente en el contexto mismo de las actividades seculares, se convierte entonces en una expresión auténtica de la consagración secular.

    Tales son los pensamientos, queridos hijos e hijas, que hemos querido confiar a vuestra reflexión, a fin de ayudaros en vuestra búsqueda de una respuesta cada día más fiel a la voluntad de Dios, que os llama a vivir en el mundo, no para asumir su espíritu, sino para llevar a sus ambientes un testimonio susceptible de ayudar a vuestros hermanos a acoger la novedad del Espíritu de Cristo. Con nuestra bendición apostólica.
 

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