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AL IV CONGRESO MUNDIAL
DE INSTITUTOS SECULARES

S. S. JUAN PABLO II, 26 DE AGOSTO DE 1988

    El Santo Padre Juan Pablo II dirige un breve y sustancioso mensaje al IV Congreso Mundial de los Institutos Seculares cuyo lema era  "La misión de los Institutos Seculares en el mundo del 2.000". Insiste el Pontífice en la gran contribución que la Iglesia del siglo XXI espera de los Institutos Seculares, en virtud de sus notas características de secularidad y consagración, para extender a todas las obras del hombre el don de la Redención. Mas subraya la noción auténtica de autonomía de los seglares, explicando que, lejos de significar distancia de la Iglesia jerárquica y de su Magisterio, requiere una adhesión amorosa y total a su pensamiento y a su mensaje.

Contenido del documento

    Queridísimos hermanos y hermanas de los Institutos Seculares:

    Con gran alegría os recibo con motivo de vuestro IV Congreso mundial y os doy las gracias por esta numerosa y significativa presencia. Sois representantes cualificados de una realidad eclesial que ha sido, sobre todo en este siglo, signo de una "moción" especial del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia de Dios. Efectivamente, los Institutos Seculares han evidenciado claramente el valor de la consagración, incluso para quienes trabajan "en el siglo", es decir, para quienes están insertos en las actividades terrenas, como sacerdotes seculares y, sobre todo, como seglares. Es más, para el laicado, la historia de los Institutos Seculares marca una etapa preciosa en el desarrollo de la doctrina sobre la naturaleza peculiar del apostolado laical y en el reconocimiento de la vocación universal de los fieles a la santidad y al servicio a Cristo.

    Vuestra misión se sitúa hoy en una perspectiva consolidada por una tradición teológica: ésta consiste en la consacratio mundi, es decir, en reconducir a Cristo, como a una sola Cabeza, todas las cosas (Cfr. Ef 1,10), actuando, desde dentro, en las realidades terrenas.

    Me congratulo por el tema elegido para la presente asamblea: "La misión de los Institutos Seculares en el mundo del 2.000". Se trata, en realidad, de un tema complejo, que sintoniza con las esperanzas y espectativas de la Iglesia en su próximo futuro.

    Este programa es tanto más estimulante para vosotros, por el hecho de que abre a vuestra vocación específica y a vuestra experiencia espiritual los horizontes del tercer milenio de Cristo, con el fin de ayudaros a realizar cada vez con mayor conciencia vuestra llamada a la santidad viviendo en el siglo, y a colaborar mediante la consagración, vivida interiormente y auténticamente, en la obra de salvación y de evangelización de todo el pueblo de Dios.

    Saludo al cardenal Jean Jerome Hamer, Prefecto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, que os ha hablado sobre las conclusiones del reciente Sínodo de los Obispos y sobre las consecuencias que tales conclusiones comportan para vuestra comunidad. Al saludar a todos los colaboradores, a los organizadores y a cuantos estáis aquí presentes, así como a los hermanos y hermanas de los institutos representados por vosotros, expreso a todos un deseo.

    Se exige de vosotros, por ello, una profunda unión con la Iglesia, fidelidad a su ministerio. Se os pide una adhesión amorosa y total a su pensamiento y a su mensaje, sabiendo muy bien que esto hay que realizarlo en virtud del vínculo especial que os une a ella.

    Todo ello no significa disminuir la justa autonomía de los laicos en orden a la consagración del mundo; se trata más bien de situarla en la luz que le corresponde, para que no se debilite ni obre aisladamente. La dinámica de vuestra misión, tal y como vosotros lo entendéis, lejos de alejaros de la vida de la Iglesia, se realiza en unión de caridad con ella.

    Obra el Espíritu Santo, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Sólo Él puede suscitar energías, iniciativas, signos poderosos, mediante los cuales lleva a su realización la obra de Cristo.

    La tarea de extender a todas las obras del hombre el don de la Redención es una misión que os ha dado el Espíritu Santo; es una misión sublime, exige valentía, pero es siempre motivo de felicidad para vosotros, si vivís en la comunión de caridad con Cristo y con los hermanos.

    La Iglesia del 2.000 espera, pues, de vosotros una válida colaboración a lo largo del arduo recorrido de la santificación del mundo. Os deseo que este encuentro fortifique verdaderamente vuestros propósitos e ilumine cada vez más vuestros corazones.

    Con estos deseos os imparto gustosamente mi bendición apostólica, extensiva a las personas y a las iniciativas confiadas a vuestro servicio eclesial.
 

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