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DISCURSO A LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA SAGRADA CONGREGACIÓN
PARA LOS RELIGIOSOS
Y LOS INSTITUTOS SECULARES

S. S. JUAN PABLO II, 6 DE MAYO DE 1983

    Respondiendo al saludo del cardenal Pironio en la audiencia concedida al prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, en la cual estuvieron presentes también el secretario arzobispo Agustín Mayer, y el subsecretario, reverendo Mario Albertini, el Santo Padre dirigió a los participantes en la asamblea plenaria, que se hallaban también allí, cardenales, prelados y superiores mayores, el siguiente discurso.

Contenido del documento

    Venerables hermanos y carísimos hijos:

    Os agradezco vuestra presencia y os expreso mi alegría por este encuentro y mi reconocimiento por el trabajo que hacéis en pro de la animación y promoción de la vida consagrada. Los consejos evangélicos, en efecto, son un «don divino que la Iglesia recibió de su Señor y conserva siempre con su gracia» (L.F. 34), y por ello, es válido en extremo y precioso cuanto se lleva a cabo en el dicasterio en favor de su profesión.

    En esta línea de animación y promoción se ha colocado también la asamblea plenaria que hoy concluís, en la cual habéis tomado en particular consideración la identidad y la misión de los institutos, que con motivo de su peculiar misión "in saeculo et ex saeculo" (Can. 713 parr. 2º), son denominados Institutos Seculares.

    Es la primera vez que una asamblea plenaria vuestra trata directamente de ellos: ha sido, pues, una opción oportuna favorecida por la promulgación del Nuevo Código. En él, los institutos seculares -que en 1947 tuvieron el reconocimiento eclesial con la Constitución Apostólica, emanada de mi predecesor Pío XII, Provida Mater- encuentran ahora su justa colaboración a base de la doctrina del Concilio Vaticano II.

    Tales institutos, efectivamente, quieren ser expresión fiel de la eclesiología reafirmada por el Concilio cuando pone en evidencia la vocación universal a la santidad (cfr. L.G. cap. V), las tareas naturales de los bautizados (cfr. L.G. IV; A.A.), la presencia de la Iglesia en el mundo, en el cual debe actuar como fermento para ser "sacramento universal de salvación" (L.G.; cfr. G.S.), la variedad y la dignidad de las diferentes vocaciones y el "singular honor" que la Iglesia da a la "perfecta continencia por el Reino de los Cielos" (L.G. 42) y al testimonio de la pobreza y de la obediencia evangélica (Ibid.).

    Muy justamente, vuestra reflexión se ha detenido en los elementos constitutivos, teológicos y jurídicos, de los institutos seculares, teniendo presente la formulación de los cánones a ellos dedicados en el código promulgado recientemente, y examinándolos a la luz de la enseñanza que el Papa Pablo VI y yo mismo, en la alocución del 28 de agosto de 1980, habíamos repetido en las audiencias a ellos concedidas.

    Debemos expresar una profunda gratitud al Padre de infinita misericordia, quien ha considerado en su corazón las necesidades de la humanidad, y con la fuerza vivificadora del Espíritu ha emprendido en este siglo iniciativas nuevas para su redención. Sea honor y gloria a Dios por esta irrupción de gracia, los Institutos Seculares, en los cuales manifiesta su inagotable benevolencia con que la propia Iglesia ama al mundo en nombre de su Dios y Señor.

    La novedad del don que el Espíritu ha hecho a la fecundidad perenne de la Iglesia, en respuesta a las exigencias de nuestro tiempo, se aprecia sólo si se comprenden bien sus elementos constitutivos en su inseparabilidad: la consagración y la secularidad; el consiguiente apostolado de testimonio, de compromiso cristiano en la vida social y de evangelización; la fraternidad, que, no determinada por una comunidad de vida, es verdaderamente comunión; la misma forma externa de vida, que no se distingue del ambiente en el cual está presente.

    En este momento es obligado conocer y dar a conocer esta vocación tan actual y, aun diría yo, tan urgente de personas que se consagran a Dios practicando los consejos evangélicos, y con tal consagración especial, se esfuerzan por impregnar toda su sida y todas sus actividades creando en sí mismas una total disponibilidad a la voluntad del Padre y trabajando por cambiar el mundo desde dentro (cfr. Alocu. agosto 1980).

    La promulgación del nuevo Código permitirá ciertamente este mejor conocimiento, pero debe impulsar verdaderamente a los pastores a favorecer entre los fieles una comprensión, no aproximativa o acomodaticia, sino exacta y respetuosa con las características que lo cualifican.

    De este modo, se suscitarán respuestas generosas a esta difícil pero bella vocación de «consagración plena a Dios y a las almas» (P.F. V); vocaciones exigentes, porque se responde así, llevando los compromisos bautismales a las más perfectas consecuencias de radicalismo evangélico, y también porque esta vida evangélica debe estar encarnada en las situaciones más diversas.

    En efecto, la variedad de dones confiados a los Institutos Seculares expresa las varias finalidades apostólicas que abrazan todos los campos de la vida humana y cristiana. Esta riqueza pluralística se manifiesta también en las numerosas espiritualidades animadoras de los institutos seculares, con la diversidad en la práctica de los consejos evangélicos y en las grandes posibilidades de inserción en todos los ambientes de la vida social.

    Justamente mi predecesor, el Papa Pablo VI, quien tanto afecto mostró por los institutos seculares, decía que si «permanecen fieles a su propia vocación serán como el laboratorio experimental en el cual la Iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo» (Pablo VI, Disc. al Congreso Internacional de institutos seculares, 25-08-1976). Prestad, pues, vuestro apoyo a tales institutos para que sean fieles a la originalidad de sus carismas fundacionales reconocidos por la jerarquía, y vigilad para descubrir en sus frutos la enseñanza que Dios quiere darnos para la vida y la acción de toda la Iglesia.

    Si hay un desarrollo y un reforzamiento de los Institutos Seculares, también las Iglesias locales sacarán ventaja de ello. En vuestra asamblea plenaria, este aspecto ha sido tenido en cuenta, también porque varios episcopados, con las sugerencias aportadas en orden a vuestra reunión, han indicado la relación entre Institutos Seculares e Iglesias locales, como merecedora de profundización.

    Aun con respeto a sus características, los Institutos Seculares deben comprender y asumir las urgencias pastorales de las Iglesias particulares, y confirmar a sus miembros para vivir con atenta participación las esperanzas y las fatigas, los proyectos y las inquietudes, las riquezas espirituales y sus límites, en una palabra: la comunión de su Iglesia concreta. Este debe ser un punto de mucha reflexión para los Institutos Seculares, así como debe ser una solicitud de los pastores reconocer y pedir su aportación según la naturaleza que les es propia.

    En particular, incumbe a los pastores una responsabilidad distinta: la de ofrecer a los Institutos Seculares toda la riqueza doctrinal de que precisan. Quieren formar parte del mundo y ennoblecer las realidades temporales, ordenándolas y elevándolas, para que todo tienda a Cristo como a su cabeza (cfr. Ef. 1, 10). Por ello, dése a estos institutos toda la riqueza de la doctrina católica sobre la creación, encarnación y la redención, para que puedan apropiarse de los sabios designios y misterios de Dios sobre el hombre, sobre la historia y el mundo.

    Hermanos e hijos carísimos: Con sentimientos de verdadera estimación y también de vivo aliento a los Institutos Seculares, aprovecho la ocasión que se me ha ofrecido con este encuentro para subrayar algunos aspectos tratados con vosotros en los días pasados. Deseo que vuestra asamblea plenaria alcance plenamente la finalidad de ofrecer a la Iglesia una información mayor sobre los Institutos Seculares y de ayudarlos a vivir su vocación consciente y fielmente.

    Este Año Jubilar de la Redención, que llama a todos a «un descubrimiento renovado del amor de Dios, que se da» (Bula Apost. Aperite portas redemptori, 8), a un renovado encuentro con la bondad misericordiosa de Dios, particularmente para las personas consagradas, sea en particular una invitación renovada y apremiante para  seguir «con mayor libertad» y «más de cerca» (P.C. 1) al Maestro que las llama por el camino del Evangelio.

    Sea la Virgen María para ellas un modelo constante y sublime, y que las guíe siempre con su materna protección.

    Con estos sentimientos, de corazón, os imparto a vosotros aquí presentes, y a los inscritos en los Institutos Seculares de todo el mundo, mi propiciadora bendición apostólica.

    ("O.R." 7-5-83. Traducción de Eclessia).
 

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